viernes, 10 de octubre de 2008

¡Pido Gancho!

Este post debía llamarse “post Iom Kipur”, pero la editora me dijo que ya era suficiente, que todos entendieron el jueguito de palabras y que tenía que esforzarme un poquito más y encontrar un título con gancho, lo que he cumplido al pie de la letra.

Pero vayamos al tema que nos ocupa: Iom Kipur. Este año llegué muy inspirada al día del juicio. En rosh Hashaná, como ya lo conté, me sentí muy conectada y tenía la sensación de que en Iom Kipur iba a poder repetir la experiencia.

Había organizado todo, empezando por los horarios en los que iría al beit hakneset hasta las actividades y comidas para mis hijos, pero en lo que evitaba pensar era en un pequeño detalle que podría haberme desmoralizado: soy pésima con los ayunos. He tenido algunos ayunos malos y otros muy malos, eso es todo. Pero a pesar de esto, un espíritu de optimismo absurdo se apoderó de mí y pensé que esta vez podía lograr pasarlo dignamente.

Cuando volví del rezo de la mañana ya me dolía la cabeza. Cuando se hizo la hora del rezo de la tarde, ya no tenía cabeza. Más obstinada que sensata, fui al beit hakneset diciéndome a mi misma que todo es una cuestión de actitud, y que si dejaba de pensar que me sentía mal, me dejaría de sentir mal.

Me había preparado en especial para el rezo de Neilah, había escrito en lápiz los nombres de las personas por las que quería hacer tefilá, había estudiado su significado, había estado esperando acompañar a Hashem hasta su Trono para despedirlo. Pero a medida que el rezo avanzaba, yo retrocedía. Las letras se mezclaban y ya no sabía lo que estaba diciendo… sentía frío… después calor… después transpiraba… después tiritaba. Faltando cinco minutos para el final tuve salir para que los niños no me señalasen durante todo el año, al grito de: “la que se desmayó en el shul”.

No podía creer lo que me estaba pasando, en el momento más importante del año, en el que tendría que haber estado ascendiendo al séptimo cielo, yo estaba dirigiéndome al séptimo suelo. Y ahí fue cuando pedí gancho, cuando pedí pido, desde la puerta del ezrat nashim pedí que me alcanzasen las fuerzas para llegar al último “Hashem Hu aElokim” a presentarle mis pedidos a Hashem, y cuando llegué, cuando estuve frente al kise a Kavod, lo único que recuerdo haberle pedido al Rey del universo fue… una silla, por favor. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el shamaim se habrán regocijado por tu optimismo, tu obstinación, tu esfuerzo y por supuesto tu pedido... que bien puede haber sido entendido de una manera mucho más hermosa que la que podemos imaginar.
Shabat Shalom

Sarah I